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Llevo chaleco, viteh.

miércoles, 25 de junio de 2008

El hombre que hablaba con el agua


En 1988 un artículo en la revista Nature causó un enorme revuelo en la comunidad científica y una gran alegría entre los homeópatas de todo el mundo. Por fin, tras décadas siendo tratados como curanderos, los practicantes de la homeopatía tenían un respaldo científico.

El biólogo francés
Jacques Benveniste había probado en un laboratorio, nada más y nada menos, que la memoria del agua. Esto vendría a ser como la Piedra Filosofal de los homeópatas.
Pero vamos a ir un poco hacia atrás.

Esta historia trata de un supuesto fraude, el cometido por Jacques Benveniste, y de un error, el que cometió John Maddox, editor de la revista Nature.


La homeopatía fue inventada en 1810 por el médico alemán Christian Friedrich Samuel Hahnemann basándose en tres pilares: el tratamiento personalizado, la ley de los infinitesimales y la ley de los similares. Nos centraremos en los dos últimos por ser los desencadenantes de esta historia.

La ley de los infinitesimales es algo así como “cuanto menos, más”. O, cuanto menor es la dosis de algo, mayor efecto produce. ¿A qué ya empieza a sonar a gato encerrado? Pues queda la mejor, la ley de los similares o, lo que es lo mismo, las enfermedades son curadas por sustancias naturales que producen sus mismos síntomas.

¿Como llegó Hahnemann a estás conclusiones? Bien simple, observó que la quinina producía fiebre y vómitos, síntomas similares a la malaria, enfermedad que se trataba con quinina. Ya está. Eso es todo. De la observación de una simple coincidencia, Hahnemann extrapoló la base de la homeopatía: la ley de los similares.

¿Y la ley de los infinitesimales? Se podría decir que Hahnemann inventó esta ley para proteger su propia vida. Una vez dado el salto de fe con la quinina y su anterior ley, el médico alemán se dedicó a probar multitud de sustancias naturales (plantas y minerales, hablando claro) para observar sus síntomas y emparejarlos con enfermedades que produjeran reacciones similares. Pero había un problema, gran parte de esas sustancias naturales eran potentes tóxicos. Para no morir intoxicado, Hahneman utilizó la dilución. Disolvía las medicinas en agua en relación 1:10, es decir una parte de medicina y diez de agua. Después de agitar la solución, repetía el proceso volviéndola a mezclar con diez partes de agua con lo que la relación quedaba 1:100. Y así una y otra vez hasta que lo único que ingería el médico era simple agua. En los envases de productos homeopáticos actuales podemos encontrar estas leyendas: 30X, 50X, 100C, 200C, etc. La X significa que la dilución se ha hecho con diez partes de agua y la C con cien, es decir, una dilución 200C significa que se ha diluido el producto “curativo” entre cien partes de agua y se ha repetido el proceso doscientas veces. Hahneman, en contra del sentido común, postuló que un principio activo era más efectivo cuanto mas diluido estaba... Tal cual.

El resto del artículo en Un barco mas grande.

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