Carr explica los cambios que ayudan a percibir de manera más clara las grandes tendencias detrás del desorden de la Web 2.0. Nos invita también a medir críticamente el impacto social de esas evoluciones.
El paso de la informática por una evolución similar a la que conoció la electricidad a finales del siglo XIX es el tema de la primera parte. Carr muestra cómo la energía eléctrica se producía localmente (cada empresa producía la que necesitaba) hasta que fue posible producirla masivamente y transportarla sobre grandes distancias por un coste mínimo.
Hoy día, "los sistemas informáticos privados, construidos y operados por cada compañía son desplazados por servicios brindados a través de Internet por centrales procesadoras de datos", escribe. Las más grandes son construidas por Google, Microsoft y Yahoo, pero otros se crean y ofrecen sus servicios a quienes los quieran. Da lugar a lo que el llama el World Wide Computer, sucesor de la World Wide Web. La red es la computadora.
La gente medianamente avanzada ya tiene una noción del fenómeno cuando deja sus documentos en la red y/o usan aplicaciones que no están en sus máquinas. Es lo que se llama la computación en las nubes o cloud computing porque no se sabe con precisión dónde está el servidor, ni los documentos ni las aplicaciones.
El Big Switch es un viaje del otro lado de este mismo fenómeno, del lado que lleva las empresas a adoptarlo, lo cual nos termina afectando a todos. Confían servidores, aplicaciones y documentos a entidades especializadas y pueden prescindir del costoso departamento informático. Les permite aprovechar importantes economías de escala y, en muchos casos, sistemas más fiables.
Muchas empresas cambian a regañadientes, pero el fenómeno y su lógica son implacables. Una nueva tecnología, nos recuerda Carr, llega a la madurez "cuando quienes han crecido con ella se vuelven adultos y empiezan a empujar a sus padres hacia los márgenes".
El impacto social de la computación es el segundo gran tema, en el cual Carr se aplica a tomar distancias con las visiones más optimistas del futuro informático, en particular, las que alaban sus virtudes liberadoras.
"Los sistemas computacionales en general e Internet en particular ponen un poder enorme en las manos de los individuos, pero ponen un poder más grande en las compañías, gobiernos y otras instituciones cuya función es controlar a los individuos. Los sistemas computacionales no son, en su corazón, tecnologías de emancipación. Son tecnologías de control", afirma.
"Aun cuando Internet todavía no tiene centro, técnicamente hablando el control puede ser ejercido ahora mediante código informático desde cualquier parte. Lo diferente del mundo físico es que se vuelve más difícil detectar la acción de control y su ejercicio más difícil de discernir".
Para Carr, las consecuencias sociales de la evolución tecnológica en curso "serán determinadas en amplia medida por la manera en la cual la tensión entre las dos caras de su naturaleza -liberadora y controladora- se resolverá". Pero todas pecan de la misma debilidad: creen que la resolución de dichas tensiones depende de la "naturaleza" de la tecnología en cuestión. No es así. Algunas de sus características favorecerán su uso emancipador y otras su uso con fines de control social.
En el fondo, la evolución depende más de los conflictos entre fuerzas sociales y humanas que promueven su uso emancipador y fuerzas que lo combaten. Toda tecnología puede ser utilizada para emancipar o controlar. Todas son herramientas. Lo que cuenta, al final, es preguntarse en cada caso quiénes las usan, para qué y para quienes.
El artículo en El País
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