Berwick-upon-Tweed, situada justo en la frontera entre Inglaterra y Escocia, nunca ha tenido muy claro porque nación decantarse. A lo largo de los siglos ha cambiado de bando tantas veces que sus ciudadanos no tienen muy claro cual es su nacionalidad. Según una encuesta realizada por una cadena de televisión (por lo que no es conveniente darle mucho crédito) el 60% de los habitantes de la ciudad se consideran escoceses pese a que en la actualidad el pueblo pertenezca oficialmente a Inglaterra. Debido a su promiscuo nacionalismo la localidad ha gozado durante gran parte de su historia de una condición especial, casi como si fuera tierra de nadie.
Se cuenta que este estatus especial ocasionó un curioso incidente diplomático. Cuando comenzó la guerra de Crimea en 1854, la reina firmó la declaración de guerra como “Victoria, reina de Gran Bretaña, Irlanda, Berwick-upon-Tweed y todos los dominios británicos” Sin embargo al firmar la paz, en el Congreso de París, parece ser que su majestad se olvidó de aquel pequeño pueblo del norte y Berwick no fue incluido en el tratado.
A causa de este pequeño error, Berwick estuvo en guerra, con Rusia primero y con la Unión Soviética más tarde, hasta que se firmó la paz en 1966. Ese año un enviado soviético se reunió con el alcalde, Robert Knox, para poner fin a las hostilidades. La pequeña región de poco más de 10.000 habitantes hizo las paces con una de las dos superpotencias mundiales. Tras firmar el tratado, Robert Knox dijo al diplomático
soviético: “Por favor, haga saber al pueblo ruso que ya pueden dormir tranquilos”
Esta curiosa historia, tal cual la he relatado, es bastante conocida y se puede leer en numerosos libros e incluso artículos de prensa.
Si he decidido contarla es porque, aparte de lo ya relatado, posee un
ingrediente más que la hace perfecta para este blog. Es todo mentira.
El artículo completo en Un barco mas grande
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