A comienzos del siglo XX, Tulsa era un pequeño pueblo de Oklahoma de poco más de 10.000 habitantes. Dos décadas después era una prospera ciudad en la que vivían 100.000 almas. Se había encontrado petroleo en Tulsa y eso bastó para convertirla en una de las ciudades con la renta per cápita más alta de los Estados Unidos. Las pequeñas casuchas se convirtieron en altos edificios comerciales y los coches a motor empezaron a llenar las calles. Fue tan impresionante y, sobretodo, tan rápido el enriquecimiento de los habitantes de Tulsa que sucedió algo inaudito: los negros también se hicieron ricos. Uno de los barrios más importante de la ciudad se llamaba Greenwood; pero, debido a que en él vivían unos 15.000 negros, todos ellos prósperos comerciantes, la zona era conocida como el Wall Street Negro.
Pocos países se han autoproclamado defensores de la libertad, la igualdad y la democracia con mayor frecuencia que los Estados Unidos. Pero mientras los americanos exportaban al mundo entero sus curiosas ideas sobre los significados de estas palabras, en casa las cosas eran bastante dificiles para mucha gente. Sobre todo si esa gente tenía la piel de distinto color. Que existiera un pequeño grupo de negros ricos en Tulsa no significaba que la ciudad fuera más abierta o tolerante que el resto del país. Lo que sucedió es que la explosión de riqueza fue tal que incluso salpicó a algunos afortunados negros. Pero no fue gracias a los blancos sino a pesar de ellos.
Los habitantes blancos de Tulsa seguían despreciando a aquellos que tenían un color de piel diferente. Los negros ricos eran acusados de poseer unos bienes que no merecían y que deberían estar en manos blancas. Cuando se paseaban en sus coches lujosos por Greenwood eran considerados unos engreídos que restregaban su éxito por la cara a los blancos tan solo para provocar. El odio crecía día a día y los crímenes raciales eran habituales y consentidos. Entre 1907 y 1920 más de veinte negros fueron cazados y linchados por turbas enfurecidas.
Un día, en 1921, un muchacho negro de tan solo 19 años pisó sin querer el pie a una chica blanca. Y el odio estalló.
La chica del ascensor
Sarah Page era una chica de diecisiete años que trabajaba como ascensorista en el edificio Drexel de Tulsa. Sarah Page era blanca. Dick Rowland, de diecinueve años, se ganaba la vida lustrando zapatos en la misma calle y aquella mañana, 30 de mayo de 1921, tenía un problema. Mejor dicho, tenía dos problemas: Dick Rowland era negro y se estaba meando. Los únicos baños para negros en manzanas a la redonda se encontraban en la última planta del edificio Drexler.
Que un negro usara los mismos servicios que un blanco era algo impensable. De igual modo que hacían distintas colas y usaban diferente transporte público, los negros de Tulsa, como los negros de la mayor parte de los Estados Unidos, usaban servicios especiales. Mientras que cualquier blanco de la zona podía entrar en la cafetería más cercana, o en cualquier otro comercio, para los negros la única posibilidad era el baño de la última planta del edificio más alto.
Rowland entró en el ascensor del edificio Drexler con intención de llegar hasta el último piso. Segundos después, según varios testigos, se escucharon unos gritos femeninos y Rowland salió corriendo del edificio. En el ascensor encontraron a Sarah Page llorando y gritando de forma histérica. Cuando le preguntaron que había sucedido, Sarah no dudó ni un instante. ¡Me ha asaltado un negro!, gritaba. Inmediatamente comenzó la caza del hombre.
Sarah Page fue conducida a la comisaria e interrogada por la policía de Tulsa. Cambió su versión varias veces, ofreciendo versiones cada vez más alejadas del asalto que había descrito al comienzo. Admitió que Rowland tan solo se había tropezado al entrar al ascensor y la sujetó del brazo para evitar caerse aunque, posteriormente, volvió a cambiar su versión de lo sucedido contando que Rowland le había pisado un dedo del pie en el que tenía un uñero y que ese era el motivo de los gritos. Puede que los policías no supieran exactamente cual era la versión verdadera pero lo que si tenían claro era que no había existido ningún asalto. No se admitió ninguna denuncia contra Rowland pero se ordenó a todos los agentes que se centraran en la búsqueda del sospechoso. El objetivo no era encarcelarlo sino protegerlo.
La prensa sensacionalista tardó poco en hincarle el diente al caso Rowland y el Tulsa Tribune del día siguiente, en una edición especial, incluía un editorial que llevaba por nombre Linchemos un negro esta noche, mientras que en primera plana destacaba el titular ¡¡Negro ataca chica blanca en un ascensor!!
Holocausto en Oklahoma
A Rowland lo detuvo la policía el día 31 en una calle de Greenwood. Tuvo suerte, los agentes no eran los únicos que buscaban al chico. Lo encerraron en la última planta del la Corte de Justicia de Tulsa y el jefe de policía ordenó a sus hombres montar guardia alrededor del edificio. En cuanto corrió la voz de que habían detenido al peligroso negro violador una multitud de blancos se comenzó a formar frente a la Corte de Justicia. Varios de ellos estaban armados y no escaseaban las caperuzas blancas y las antorchas entre la multitud. No se puede decir que en Tulsa no tuvieran experiencia en linchamientos, el asesinato de seres humanos a manos de una turba enfurecida era casi una tradición en Norteamérica. Sin ir más lejos, el año anterior un joven judío había sido sacado a rastras del mismo edificio en el que ahora estaba Rowland por una turba que lo mató en plena calle.
A medida que iba pasando el tiempo más blancos iban uniéndose a la masa. Algunos negros armados, unos veinticinco, acudieron para apoyar a los hombres del sheriff, situándose frente a los blancos. La tensión aumentaba cada minuto que pasaba, por más que jueces y predicadores acudieran al lugar a intentar calmar los ánimos. A las once de la noche, sin que se sepa aun de que lado llegó el primer disparo, comenzó la masacre. A esas alturas de la noche la turba estaba compuesta por más de dos mil personas que cargaron a tiros contra el edificio. Los negros huyeron hacia Greenwood mientras que la policía se encerró en la Corte de Justicia intentando impedir el acceso a los asaltantes. La muchedumbre enfurecida optó por dejar de lado a Rowland y perseguir a los negros hasta su barrio.
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